Este artículo tiene
como fin dar conocer como el uso de un mal vocabulario puede afectar la
comunicación y la convivencia en nuestra institución. Es muy común en las horas
de descanso, en los pasillos y hasta dentro de las aulas de clase, escuchar a
muchos compañeros diciendo groserías, expresándose de una forma vulgar.
Lo peor de todo es que estamos rodeados de niños más pequeños,
preescolar y primaria, niños que en ocasiones toman nuestro ejemplo, pero cuál
ejemplo, el decir constantemente malas palabras, referirnos a los compañeros y
profesores con groserías; recordemos que los niños son como esponjas, todo lo
absorben y se lo graban en el mente y lo peor, todo lo repiten.
Hay colegios que tienen como norma y habito el no decir malas
palabras, es una estrategia para que los estudiantes aprenden a expresarse de
otra manera, son más educados entre sí y con sus superiores, el respeto y la
buena educación hacen parte de la formación. Para muchos de nosotros, esa
norma puede ser ridícula, pero es el logro de una mejor convivencia,
comunicación y ejemplo para los más chiquis.
No se trata de imponer reglas o inventar normas, se trata de
mejorar nuestro vocabulario, ser más cordiales con las palabras, dejar de estar
nombrando la progenitora del otro o inventando expresiones ofensivas y
mal intencionadas que afectan y sobre todo, tener presente que estamos siendo
el ejemplo de futuras generaciones.